Si uno reflexiona sobre lo que está ocurriendo con las personas que el Obispado de Cádiz ha despedido de distintas dependencias de la diócesis, el desconcierto aflora enseguida,si a esa consideración se une unas observaciones como creyente, la tristeza producto de la impotencia invita a indagar en que parte de los evangelios se justifica la actitud de Don Rafael Zornoza.
Lo escuchado en los distintos juicios es como si una actividad de componente neoliberal justificase el despido de sus trabajadores. Y así fue. Lo dejaron bien claro los abogados de la parte acusadora en el juicio de Diego Rodriguez: la Iglesia es una empresa. ¿Cómo casa esto con lo que suele decir el Papa Francisco?.
Admitieron los letrados, en el juicio de la señora Amigueti, que el despido de la jefa administrativa fue improcedente. Aunque la abadesa del convento de San Fernando tenia autonomía en la labor de cuido y otras actividades del monasterio, es lógico que consultase cualquier decisión con la cúspide religiosa católica e incluso consejo -como se atestiguó en el juicio-, tanto Carmen como otro empleado le pidieron a la abadesa, su jefa natural, que lo hicieran fijos. Peticiones que enviadas a la capital, que tenia que dar el visto bueno, eran negadas sistemáticamente.
Los letrados de este juicio se negaron a admitir este papel decisorio del Sr. Zornoza.
Y como estas victimas muchas más como Luyti Madueño, que le hicieron cerrar su bar, quitándole de esta manera el pan nuestro de su familia.
En la parábola del buen samaritano, que podemos leer en Lucas,10-25/37, un hombre está tirado en el camino, victima de unos desaprensivos. Por delante de él pasan un sacerdote y un levita, es decir dos hombres de la religión, no se paran, son insensibles al dolor ajeno.
Habría que preguntarse si este pasaje evangélico es extrapolable a lo que está sucediendo actualmente en la diócesis de Cádiz-Ceuta.
Marcelino Porquicho
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